miércoles, 7 de septiembre de 2011

EL IDIOTA

Si todas las novelas de Dostovieski son excesivas, podemos decir que EL IDIOTA es la más excesiva de todas; en primer lugar por el carácter y sobreabundancia de sus personajes, en segundo lugar por los vericuetos y las situaciones imposibles que  aborda y en tercer lugar por  la complejidad de la trama y el argumento.  También parece claro que en EL IDIOTA es dónde los elementos autobiográficos de Dostovieski más abundan y  dónde coloca mayor sentimiento; todo es superlativo en esta gran novela de Dostovieski. EL IDIOTA destila ternura de principio a fín y no sólo por los principales personajes sino que incluso los secundarios están tratados con un celo y una ternura inauditas. Podríamos decir  que en  EL IDIOTA Dostovieski  nos presenta trasuntos de su propia vida,  que es el alma del autor la que está expuesta a la luz y nos la muestra  desvelándose a sí mismo a los ojos del lector en un alarde de valentía extraordinario, casi diríamos que sin ningún pudor. La figura del protagonista, el príncipe Mischkin, la dibuja y elabora el autor con los elementos más exquisitos y entrañables del alma humana, un alma tan excelsamente delicada, noble y amable que hace peligrar a cada momento la esencia misma del ser en provecho de la otredad, entendida en sentido universal. En efecto, darse al prójimo (para el príncipe Mischkin el prójimo es la humanidad entera, o al menos todos los seres con los que tiene contacto y conoce) en detrimento de su propia personalidad, e incluso de su integridad física y psíquica es para nuestro protagonista lo más natural, o mejor dicho, la única manera de relacionarse con los otros. En el trascurso de la novela su entrega es absoluta. Además de entregarse a los dos heroínas coprotagonistas de la novela, Nastasia Filipovna y Aglaya Ivanovna, se entrega a todos los otros personajes con los que tiene algún tipo de trato o relación; pero sobre todo, se entrega a los más débiles, a los que más sufren, aunque ocurra que sean usureros y aprovechados como Lebedec, o egoistas como Ippolit; con todos es de una consideración exquisita pese a la traición de que es objeto. Pero a quienes más ama el príncipe son sin duda a Rogochin y a Nastasia Filipovna. El primero intenta matarle a él y será al final el asesino de Nastasia Filipovna, sin embargo, el príncipe, percibiendo la desgracia de Rogochín, le consuela y acaricia antes de que lo descubran y apresen, tratándole como a un hermano muy querido. La segunda,  como la Magdalena de Jesús, supone para el príncipe tanto un intenso sufrimiento, como una profunda atracción, precisamente porque ve en el fondo de su ser el abismo en el que está inmersa. Naturalmente, todo este torrente incontrolable de efusiones, generosidad y desprendimiento tiene un alto precio para Mischkin quién acaba perdiendo totalmente la razón. El mundo ha sido demasiado cruel y complicado para este ser puro y excelso con alma de niño y sentimientos altruistas. En efecto, nuestro héroe no es terrenal, es un héroe mítico, un Cristo  sin el poder salvador de Jesucristo, quien queriendo arrojar sobre sí todo el dolor del mundo acaba destruyendose a sí mismo. Dostovieski nos presenta a su héroe como un trasunto de la pureza del alma rusa, contraponiéndolo a diferentes clases sociales que van desde la aristocracia, representada por Aglaya (aunque no es aristócrata, la familia Yepanchina tiene relaciones con el gran mundo) hasta la hez de la sociedad, representada por Nastasia Filipovna, entre otra serie de personajes secundarios, que reforzando las posiciones de esas dos mujeres contrapuestas podrían simbolizar una clase intermedia. El príncipe Mischkin aparece, pues, como el vínculo entre la aristocracia y el campesinado ruso, pero al ser las dos mujeres que simbolizan estas dos clases tan orgullosas y egoistas no hay posible entendimiento entre ellas, no hay pues salvación ni para el pueblo ruso ni para la aristocracia, todo está destinado a desaparecer. Nastasia Filipovna es asesinada por un hombre que dice amarla, y Aglaya que podría haber sido feliz con el príncipe de haber mostrado más comprensión y menos capricho, acaba dedicando su vida a la causa religiosa en un afán altruista pero carente de significado. Dostovieski no parece encontrar solución al complicado problema del entendimiento entre las clases sociales de la nación rusa; lo que sí parece claro es que la solución no puede llegar de fuera, de imitar modelos del extranjero, es un problema ruso y debe ser resuelto por Rusia tal como apunta Lizabeta Prokovievna al final de la novela.

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