viernes, 30 de diciembre de 2011

LA VERDAD DE LAS MENTIRAS DE MARIO VARGAS LLOSA

La Verdad de las Mentiras consta de 36 ensayos sobre novelas del siglo XX que han marcado un hito en la historia de la literatura y en el alma de su autor que reconoce haberlas escogido por la imperecedera impresión que le produjeron al leerlas. De esta manera, Mario Vargas Llosa nos acerca a la lectura y a la comprensión de clásicos universales que dejan una huella imborrable en nuestra mente, desgranándonos el maravilloso artilugio de su mecanismo interno, de su gestación y construcción, de su importancia y significación en el siglo XXI en el que las nuevas tecnologías y el rítmo de la vida moderna parecen haber dejado obsoleta la lectura -ese dulce gozo del que habla André Mauriac- relegándola a los márgenes de la vida social y convirtiéndola poco menos que en un culto sectario. En este conjunto de ensayos así como en su prólogo y epílogo, el autor reivindica esa fiesta compartida que es la literatura. De esta manera, vemos pasar ante nuestros ojos la disección de El Corazón de las Tinieblas, dónde observamos a Kurtz y al propio Conrad cambiar drásticamente su personalidad por la experiencia africana y también su visión del mundo, o por lo menos de Europa. Esa visión pesimista de la civilización europea representada por "la ciudad espectral" o "sepulcro blanqueado" dónde está la casa matriz de la compañía que perpetra tan abominables crímenes en el Congo y cuya razón de ser en las selvas y ríos dónde se ha instalado es saquearlos, explotando para ello con ilimitada crueldad a los nativos a los que esclaviza. Nos sentimos envueltos junto a Gustav von Aschenbach  en el tenebroso clima de La Muerte en Venecia, en esa subterránea presencia que Freud llamó instinto de muerte, Sade deseo de libertad y Bataille el mal y que no es otra cosa que la búsqueda de la soberanía integral del individuo, anterior a los convencionalismos y a las normas. Nos adentramos en Nueva York, personaje colectivo en Manhattan Transfer, dónde en una atmósfera impregnada de pesimismo, el escenario de hormigón y acero se humaniza hasta cobrar una intensidad de vida y una personalidad subyugante, mientras el narrador describe no las partes sino el todo, ese gran ser plural  que ellas conforman vistas en conjunto, como un gran collage. El autor nos introduce en Londres de la mano de La Señora Dalloway y allí asistimos al embellecimiento sistemático de la vida gracias a su refracción en sensibilidades exquisitas, capaces de libar en todos los objetos y en todas las circunstancias la secreta hermosura que encierran, narrado desde la mente de los personajes y logrando así una transformación poética del mundo de ficción gracias a un narrador ubicuo, huidizo y protoplasmático instalado en la intimidad de los personajes, nunca en el mundo exterior. La vida hecha recuerdo, sentimiento, sensación, deseo impulso es el prisma a través del cual el narrador de La Señora Dalloway va mostrando el mundo y refiriendo la anécdota. Recorremos con Mario Vargas Llosa el complejo laberinto de muchas puertas de El Gran Gatsby, dónde un narrador serpentino y travieso nos muestra que la realidad está hecha de imágenes superpuestas que se contradicen o matizan unas a otras, de modo que todo parece estar dotado de una irremediable ambigüedad. Nos hace observar la provisionalidad de la existencia y el relativismo que caracteriza a la moral y a las condúctas de los personajes en la era del jazz y de la ley seca, la época de los tumultuosos años veinte. Acompañamos al autor por las páginas de El Lobo Estepario y somos testigos de la perpetua introspección en la que vive Harry Haller y a su conflicto espiritual, un drama cuyo asiento no es el mundo exterior sino el alma del protagonista, prisionero del intelecto y de la abstracción. Nos adentramos en el mundo impredecible, de gran riqueza espiritual de Nadja, dominado por esas fuerzas oscuras fascinantes e indefinibles a las que aludimos cuando hablamos de lo maravilloso, la magia o la poesia. El autor nos adentra en una realidad diferente de Nadja, distinta de la que sirve de escenario a los sucesos, que se va trasluciendo sutilmente, en ciertas alusiones del diálogo, en los dibujos de Nadja llenos de símbolos y alegorías y en las bruscas premoniciones que todo ello provoca en el narrador de la novela. La fascinación que Nadja ejerce sobre él se debe, precisamente, a que ella parece en este mundo una visitante, alguien que viene de otra realidad desconocida e invisible, sólo presentida por seres de excepcional sensibilidad. Mario Vargas Llosa nos convoca en Santurario a la velocidad caprichosa del inconstante tiempo narrativo en el que los movimientos de los personajes parecen las rítmicas evoluciones de un espectáculo de sombras chinescas, dónde lo puramente instintivo y animal prevalece sobre todo lo demás. Viajamos con el autor al universo intenso y múltiple de la Condición Humana, una tragedia clásica incrustada en la vida moderna y cuya prosa nos obliga a ejercer la fantasía todo el tiempo para llenar los espacios apenas sugeridos en los diálogos y descripciones. De esta manera, a lo largo de los treinta y seis ensayos, la introducción y el epílogo, el autor nos exhorta apasionadamente a la lectura, a visitar la irrealidad de la ficción como manera de vivir la realidad, y de su mano nos adentramos en los misteriosos vericuetos de la composición literaria para así tener un gozo añadido al desentrañar los sueños que la impregnan.

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