martes, 3 de febrero de 2015

DESPUÉS DEL INVIERNO DE GUADALUPE NETTEL

Los personajes, las situaciones, los barrios y sus ciudades, los afectos y las amistados, los traumas y los miedos son esquinados, de perfil punzante pero difícil de ver en una fotografía que no tenga su relieve ni granulado. Son postales, cartas, canciones, mensajes en contestadores, soliloquios nacidos y desarrollados en los márgenes, las cuatro esquinas del otro que quiero ser yo. Claudio -cubano y residente en Nueva York que trabaja en una editorial- y Cecilia -mexicana, vive en Paris y es estudiante de tesis- son los personajes centrales, pero ¿quién podrá olvidar olvidar a los magníficamente dibujados personajes secundarios: Ruth, Tom, Haydée, Susana? Atrapados todos en la misma capsula que les protege. Sus neurosis, sus excusas, sus heridas, su pertinaz manera de sobrevivir en un ambiente hostil o simplemente indiferente. Nettel nos sirve una novela sobre el extrañamiento. Los personajes están en otros climas y ciudades - míticas- que no son dónde nacieron. Han acudido hasta allí deformes, lisiados, huyendo de cuerpos, familias y culturas en los que nunca estuieron en armonía ni integrados. Pero llegan adónde nadie les espera, ni les ve, ni les escucha. Su existencia es la de bacterias que son rechazadas por el cuerpo al que acuden al ser portadoras del virus de la extrañeza, de la decepción. No las rechaza ese cuerpo con una muralla o una vacuna (Paris, Londres, el amor, la salud) sino que las asume para aislarlas y hacerlas inofensivas, irrelevantes, nada. Personajes que se deconstruyen y construyen con neurosis e inercias, cada vez con menos y peores piezas del rompecabezas. La vida no es una historia con final justo y feliz. La Nettel novelesca nos recuerda eso y que, en el mejor de los casos casos conseguirás llegar a la conclusión de que tienes límites, de que hay cosas y sentimientos que no podrás tener o sentir, y con eso deberás elegir si quieres seguir adelante.

Es difícil transitar de un modo tan soberbio como lo hace Nettel por este paseo entre vidas en apartamentos que parecen nichos y nichos que son pozos, con un eco que nos recuerda que estamos vivos. En Después del Invierno Claudio vive una relación complicada pero solvente con una dopada mujer mayor que él y de posibles, Ruth y arrastra el recuerdo de su primera novia, Susana. Claudio es solipsismo absoluto altamente rentable. El robot funciona hasta que quiere ser humano. Cecilia tiene una relación especial con Tom, un italiano de salud delicada y querencia por igual a comer bien y a los cementerios. En París se encuentran Claudio y Cecilia y la novela parece tomar un cierto derrotero. 

Prosigue el deslumbramiento amoroso en Nueva York, pero Nettel sabe lo que lleva entre manos y coloca pétalos y espinas en cada rosa. Pasiones, fobias, miedos, hacen que como bolas de billar unos personajes choquen contra otros. De un chispazo aparecen el cariño el deseo, la pasión, el tedio o un pertinaz detestarse. No hay soluciones ni respuestas. Como las grandes novelas solo preguntas y pequeños momentos de luz, armonía y soledad. Todo ello desarrollado con mucho talento, con páginas que respiran y personajes que se levantan del papel así como los fantasmas que hay en ellos (Vallejo o el Cortázar parisiense) pero todo retorcido, personal, muy cercano a ese planeta Nettel que sólo conoce ella. Los diálogos funcionan y también las escenas, sólo tenemos la sensación de embarrarnos en el sistema dual de explicarnos la relación de los días vividos por Claudio y Cecilia -son un caleidoscopio que no gira sino que va hacia delante. Buen principio, desarrollo y final con aroma a amarga fábula moral o amoral.

Guadalupe Nettel produce una inquietante y aterradora compañía, casi como pasear en un día de lluvia por un cementerio.

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