miércoles, 10 de junio de 2015

MONSIEUR PROUST DE CELESTE ALBARET

Monsieur Proust fue el libro con el que Celeste Albaret, el ama de llaves de Proust, desveló sus recuerdos del gran escritor. No es una crónica al uso, sino que además está revalorizada por el hecho de que lo que se cuenta coincide en fecha con la escritura de En Busca del Tiempo Perdido, por lo que su lectura está trufada con una multitud de claves reveladoras de las posibles dudas, interrogantes o despistes que nos pudo plantear en su día la compleja lectura de aquella novela o conjunto de novelas.

Siendo ya el único ocupante del piso del Boulevard Haussmann por la reciente muerte de sus padres, entró a su servicio Celeste Albaret con veintiún años y recién llegada del pueblo, empleo en el que permaneció durante los nueve años que transcurrieron hasta la muerte de Proust. Andaba entonces en busca de editor para el primer tomo de su novela: "De la parte de Swannn" y Celeste llegó a tiempo de vivir los roces con André Gide, editor a la sazón de la Nouvelle Revue Française, que con total falta de visión (se dice que no lo leyó) desaconsejó su publicación.

Proust consideró enseguida la presencia de Celeste como un hallazgo afortunado, sintonizando ambos a pesar de las diferencias de clase, educación y edad. Desde esa privilegiada posición se convierte en espectadora e incluso en parte activa de muchos resortes de la vida de Proust, el cual le dispensaba el trato propio de una sirvienta de confianza, pero también el de una confidente, lo que ella agradecía devolviendo la confianza depositada, con cariño, fidelidad y exquisita atención a las confidencias del escritor.

Cuando el lector comprende que se ha llegado a esa simbiosis entre ambos, se convence de la asimilación de las revelaciones que se hacen de la intimidad del escritor y el hombre. Esto, en el caso de cualquier otro famoso estaría muy bien, pero aquí no hablamos de otro cualquiera, sino de Marcel Proust, razón por la que el interés se multiplica exponencialmente en función de las particulares características de su personalidad y de su obra muy interrelacionadas ambas con las sensaciones que expresa su autobiográfico personaje deambulando entre sus amistades por las páginas de "A la recherche", por eso la clave de Monsieur Proust no reside solo en conocer detalles de su vida privada, sino también en pararse a observar como estos detalles de su cotidianeidad, definen en cierta manera el talante del autor y están tremendamente  vinculados a las situaciones y a los personajes de "En Busca de un Tiempo Perdido".

Su obsesión principal era su obra, ya que tenía el visionario presentimiento de que estaba predestinada al éxito; esta idea fue la que le dió la fuerza necesaria para aplicarse a la tarea abrumadora de culminarla. Esta certeza llama especialmente la atención en un escritor que a los treinta y cinco años apenas había escrito un par de libros de escasa repercusión. Sus métodos de trabajo nos revelan a un hombre que, influido por su enfermedad y sus dificultades para respirar, se había convertido en un auténtico maniático que prácticamente no comía y que sobrevivía en una habitación oscurecida y forrada de corcho, a  base de café y veronal (barbitúrico estimulante), trabajando incorporado en la cama por la noche y durmiendo por el día, régimen horario al que hubo de someterse Celeste.

A través de las confidencias que Proust le hace y que ella nos transmite, vemos como sacó sus personajes literarios de ciertas figuras de la realidad mundana que conoció, pero sometiéndoles al filtro de su criterio, analizándolos, dándoles forma y trabajándolos asiduamente, antes de trasladarlos al papel, de tal manera que en algunos casos eran casi irreconocibles, e incluso, en otros, eran una fusión de dos o tres personas diferentes.

Celeste se convirtió en el paño de lágrimas de las desventuras de Proust, en el espejo en el que reflejar sus alegrías y, en cualquier caso, en el atento, receptivo y colaborador oyente, al que hacerle partícipe de los chismes de su círculo de amistades, o de sus ideas sobre el carácter del personaje que estaba pergeñando en cada momento. En el libro, Celeste hace un esfuerzo por minimizar todo lo relativo a la homosexualidad de Proust (en su libro "Contra Sainte Beuve" se recoge un artículo en el que habla de los sentimientos de los homosexuales a los que denomina la raza maldita) de manera que uno no sabe bien hasta qué punto esta cuestión pudo tener una importancia vital en su vida. Y me hago esta pregunta porque la relación de Proust con el amor, fuera hombre o mujer la persona amada, debió ser o inexistente o marcada por el capricho y la voluptuosidad más que por el auténtico amor, y más aún en el mundillo claustrofóbico de los salones, en los que las intrigas y el cinismo eran moneda corriente y dónde él era un hombre  que solo era capaz de amarse a sí mismo, o mejor, a su obra, y por la ayuda que le prestó para terminarla, no dudo que también amó, por delegación, a la empleada que tan bien le comprendió.

Una obra excelente, en la que no se sabe muy bien si admirar la forma magistral en que está escrita o la materia  y detalles de los que trata.

martes, 2 de junio de 2015

EL ASOMBROSO VIAJE DE POMPONIO FLATO DE EDUARDO MENDOZA

Irreverentemente divertida, transgresora y sinvergüenza hasta la última letra de la última palabra. Cuesta imaginar esa mala idea en el rostro bondadoso del escritor. El Asombroso Viaje de Pomponio Flato es una novela corta que se lee en una tarde y que al finalizar te deja un rictus malévolo en la sonrisa. 

A excepción claro, del ácido que como una batería vieja, destila una vez consumida. Eduardo Mendoza, harto de escritores noveles de novelas históricas y thrillers al uso, ha intentado (con bastante éxito) reírse de todos nosotros, de los que escriben y de los que leen, y ha recreado una novela histórica con la única de las reliquias o misterios que hasta ahora nadie se había atrevido a utilizar: la familia de Jesús, o lo que es lo mismo, José, María, Juan Bautista, sus padres, María Magdalena, el evangelista Mateo e incluso el ínclito Judá Ben Hur, que también tiene lugar en esta parodia en la que solo faltan el ángel, el burro y el buey.

Mendoza hila una historia sin pies ni cabeza, al estilo del Laberinto de las Aceitunas, pero con menos gracia y muchísima más mala idea. No se conforma, sin embargo, con una crítica acertada y necesaria a la moda literaria del momento, sino que aprovecha su punzón envenenado para acometer contra todas las religiones en menos de doscientas páginas.

Sentencias como "no hay peor gente en el mundo que los judíos...Rudos, fieros, desconfiados, cerrados a la lógica, refractarios a cualquier influencia, andan enzarzados en perpetua guerra, unas veces contra enemigos externos, otras entre sí y siempre contra Roma... Creen en un solo dios convencidos de que la protección de su divinidad les daría siempre la victoria. De este modo sufrieron cautiverio en Egipto y Babilonia en repetidas ocasiones"  o de los árabes, que tampoco se salvan "Como están obligados a convivir los unos con los otros día y noche desde la infancia hasta la muerte, tienen por norma estricta evitar una familiaridad que con toda seguridad derivaría en conflicto y degeneraría en enemistad. Comen y duermen separadamente y cada vez que se dan por el culo se hacen mil reverencias y se interesan por la salud del otro". Nabateos, griegos, romanos e incluso las tribus bárbaras del norte de Europa tampoco escapan a esta especial mirada de Mendoza.

Es la novela más ferozmente divertida de Eduardo Mendoza. Las andanzas de un detective romano en el Nazaret del siglo I. Pomponio Flato viaja por los confines del Imperio romano en busca de unas aguas de efectos portentosos. El azar y la precariedad de su fortuna lo llevan a Nazaret donde va a ser ejecutado el carpintero del pueblo, convicto  del brutal asesinato de un rico ciudadano Muy a su pesar, Pomponio se ve inmerso en la solución del crimen  y contratado por el más extraordinario de los clientes: el hijo del carpintero, un niño candoroso y singular, convencido de la inocencia de su padre, hombre en apariencia pacífico y taciturno, que oculta, sin embargo, un gran secreto. Cruce de novela histórica, novela policíaca, hagiografía y parodia de todas ellas, aquí se ajustan las cuentas a muchas novelas de consumo y se construye una nueva modalidad del género más característica de Eduardo Mendoza: la trama detectivesca original e irónica que desemboca en una sátira literaria y en una desternillante creación novelesca. Novela breve, disparatada y divertida. Probablemente la novela más divertida de Eduardo Mendoza. Protagonizada por un detective desastroso como en el Misterio de la Cripta Embrujada, El Laberinto de las Aceitunas y La Aventura del tocador de Señoras.

Está cargada de personajes que hacen sonrojar o reír y de la magia de la narrativa cómica del autor, tantas veces imitada y nunca alcanzada. Ha huido esta vez Mendoza de sus parajes barceloneses que tan bien ha retratado y conoce, para darnos unas horas de entretenimiento de alta calidad. Eduardo Mendoza es quizás el mejor escritor actual en lengua española.