martes, 26 de mayo de 2015

MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS DE EDUARDO MENDOZA

No hay en la nueva novela de Eduardo Mendoza el énfasis paródico de novelas anteriores, excepto la que publicó hace unos diez años, una Comedia Ligera. La maquinaria de Mendoza tiene filos cortantes para la radiografía social. Para el retrato de familia social el mismo filo no hiende menos. 

El trabajo paródico de largo aliento invade novelas que de no ser por ello (por la parodia) quedarían en meros retablos epocales y costumbristas. Eso va desde El Caso Salvolta hasta Una Comedia Ligera. Se ha insistido mucho en esta vertiente en la narrativa del escritor catalán, una vertiente que bien podríamos llamar carnavalesca: acotar un segmento histórico, encerrar en él varios exponentes de clases sociales limítrofes o enfrentadas y someterlo, bajo el prisma de un héroe prototípico, a un refinadísimo proceso de ironización. A veces se insiste demasiado en el costado paródico de su obra. Y ello en detrimento de la dosis no menos delicada y refinada de dibujos psicológicos, como sucede en El Año del Diluvio, de cuadros de caracteres y emociones cercanas y reconocibles por el lector, como sucede en La Isla Inaudita. 

El riesgo de las propuestas paródicas consiste en un distanciamiento de la materia parodiada casi ingobernable, dónde es imposible prometer algo parecido a una humanidad de carne y hueso. No han faltado estudiosos que reprochan a Eduardo Mendoza trabajar sobre áreas de vacío histórico, como si la historia con mayúscula no tuviera sujeto, como si este vacío no aceptara sujetos o personajes introspectivos. 

Tildan incluso de amaneramientos sus mezclas de géneros, malabarismos posmodernos. Yo creo que la humanidad está en todas las novelas de Mendoza. En una novela tan laberíntica como es la Isla Inaudita, es imposible no ver la historia de amor excelentemente contada y que tanto contagia. Yo creo que lo que suele molestar (aunque ello no impida a la vez una indisimulada admiración) es esa especie de frialdad o ligereza metódica que emplea el autor en sus historias. Probablemente los lectores en Mauricio o las Elecciones Primarias redescubran a un Mendoza distinto, aunque con sus constantes estéticas, distinto en la concentración de la materia emotiva que maneja y que tan sobresaliente resultado le ha deparado. 

Dos segmentos se entrecruzan en la novela. Uno es el histórico-social y el otro un sublimado cuadro intimista. Ambos se alimentan dialécticamente. En el sentido que dialogan. Esta estructura es proverbial de Mendoza. Pero a mí me parece que ha querido privilegiar el segundo nivel: una historia de amor cuyo norte no es otro que la conciencia compartida en la fragilidad humana, el dolor y la piedad. Narrada en tercera persona, la voz omnisciente sigue las peripecias rutinarias de su héroe Mauricio, las sigue con esa libertad largamente barojiana para liberar a sus criaturas al albur del destino y de sus propias decisiones, parezcan éstas equivocadas o no. El segmento histórico abarca la segunda legislatura de Jordi Pujol (en el gobierno autónomo de la Generalitat de de Cataluña) y la adjudicación a Barcelona de la sede de los Juegos Olímpicos de 1992.

El saldo ideológico no es esperanzador. Algo así como si el ejercicio de la política no fuera acompañado de un mínimo deber de ejercicio ético. Y sin embargo, o por ello mismo, la historia del autor levanta vuelo no en los escalones altos de la macropolítica, sino en los peldaños inferiores de la vida cotidiana. Mauricio es un dentista (la elección de la profesión del protagonista no podía ser más sintomática, toda vez que su actuación humana  y civil contrasta irónicamente con la actuación que se le supone a quien ha elegido una profesión tan  bien remunerada) que asume su existencia con una única moral (lo contrario, por supuesto, de la doble moral): no desmentirse a sí mismo. Pero Mauricio es un héroe que se agiganta, en su monótona insignificancia, en la medida en que traba perfectamente con sus dos compañeras de reparto: Clotilde y la Porritos. Las dos mujeres, los dos amores del rutinario Mauricio, metaforizan dos clases sociales y dos maneras de sobrevivir en el mundo.

La relación del protagnista con la Porritos creo que es una de las mejores parejas dramáticas de la narrativa española de los últimos años. Hay otra variable de no menor importancia y enjundia en esta novela: el humor. También constante en su narrativa, pero nunca como en esta novela jugando un papel tan balsámico y liberador, dada la materia de grave introspección en que se mueven los personajes. El diseño de los diálogos, el contorno en algunos momentos esperpéntico de algunos personajes secundarios, como en las novelas de Pío Baroja hacen imposible disimular la risa. Mendoza es un maestro para introducir una risotada en medio de una escena que no la haría sospechar. Las disgresiones morales sobre la práctica política  en algunos momentos tienden al tono sentencioso, pero nunca entorpecen ese luminoso poso de tristeza generacional en que a la postre se convierte esta excelentemente construida historia de nuestro tiempo.

lunes, 25 de mayo de 2015

LA SANCIÓN DEL LOO DE TREVANIAN

Trevanian es el seudónimo del escritor norteamericano Rodney Whitaker, (Grandville, Nueva York, 1901) Un veterano de la guerra de Corea que estudió Comunicación y se convirtió en profesor universitario de cine. Su postura crítica hacia su país le llevó a vivir entre el País Vasco francés e Inglaterra dónde murió en diciembre de 2005. Sin duda el nombre de este no demasiado prolífico escritor estará vinculado, de un modo original y ciertamente brillante, al género del thriller de espionaje.

Durante muchos años Whitaker mantuvo en secreto su identidad mientras sus novelas alcanzaban el éxito internacional. Se dijo que era un científico, un diplomático retirado e incluso se llegó a rumorear que detrás de Trevanian estaba el propio Robert Ludlum, autor de la conocida saga de Bourne (algo que parece inconcebible comparando los estilos de ambos autores). Por añadir otro hecho anecdótico a la leyenda de este ilustre seudónimo, hoy bastante desconocido, se decía que muchas descripciones de sus libros fueron censuradas por su alto nivel de realismo, sobre todo aquellas realacionadas con robos de obras de arte.

Las dos primeras obras de Trevanian fueron dos electrizantes thrillers protagonizados por Jonathan Hemlock, un reputado profesor de arte en público y un brillante asesino a sueldo de los servicios secretos americanos en la sombra. La Sanción del Eiger fue la primera y fue llevada al cine por Clint Eastwood en 1975, que dirigió la película e interpretó a Hemlock; en la misma participó como guionista el propio Trevanian pero no debió quedar contento con el resultado final pues siempre calificó el filme como insulso.

La segunda novela del autor fue la Sanción de Loo, libro que nos ocupa aquí. Hemlock retirado de su actividad secreta vive en Londres dónde se dedica a dar conferencias sobre arte y vive de su reputación como cazador de falsificaciones. Pero la tranquilidad no durará mucho, pues una sección secreta del servicio secreto británico encargada de asesinatos selectivos conocida como el Loo, le fuerza a recuperar unas escandalosas cintas que podrían hundir al gobierno inglés.

Si algo no se puede decir de las novelas de Trevanian es que no tengan fuerza y tensión; el suspense está asegurado y la ración de acción y violencia seca y descarnada están sabiamente dosificadas. Sus descripciones, su estilo irónico, cercano al de la novela negra, y su visión políticamente incorrecta del mundo de la política, el arte y el espionaje, le convierten en un autor único en el género.

Lo políticamente incorrecto está presente en esta historia dónde los servicios secretos británicos extorsionan a sus futuros agentes para que les obedezcan y tienen un depósito de cadáveres listos para ser usados según la necesidad. El propio nombre de la sección de Loo, por cierto, una sección dirigida por un sacerdote, ya dice mucho: loo es una palabra coloquial para designar al water y según explican los protagonistas, su nombre viene de que su ubicación estaba al lado del cuarto de baño.

Y para terminar con la lista, y sin querer desvelar mucho de la trama, la mejor manera de desestabilizar al gobierno la encontramos no en grandes conspiraciones ni atentados, sino en el interior de un exótico burdel de lujo. Mención aparte el personaje de Hemlock. Un personaje con la fascinación sofisticada del mejor James Bond de Ian Fleming, pero con unos métodos brutales más parecidos a los de Tony Soprano que a los del espía más famoso al servicio de Su Majestad. Y no es el único personaje interesante del libro, pues la gran mayoría de los secundarios son una buena galería de personajes tremendamente excéntricos que acaban incorporándose a la trama con toda normalidad.

Es, por tanto, esta La Sanción de Loo un thriller trepidante dónde encontramos las habituales dosis de acción e intriga del género, muy dignamente escrito y además nos premia, algo poco habitual en el género, con una visión siniestra y poco complaciente del mundo.

viernes, 22 de mayo de 2015

RONDA DEL GUINARDO DE JUAN MARSÉ

Cuando leo algo tan bueno y tan breve como Ronda del Guinardó, inevitablemente pienso en la superficialidad de muchos best sellers y, sobre todo, en la enorme diferencia existente entre escribir para vender y escribir con la exclusiva pretensión de dar lo mejor de uno mismo.

Lo digo porque sólo un gran escritor puede hacer lo que Juan Marsé en esta breve novela: mostrarnos varias vidas, desde el pasado hasta su previsible futuro, limitándose a narrar lo acontecido en una tarde. Si nuestro presente y futuro están condicionados por nuestro pasado, cualquier buen observador puede sacar muchas conclusiones dedicándonos sólo unos instantes de atención. Es lo que hace magistralmente Marsé.

La acción transcurre en Barcelona, al final de la primera mitad de los años cuarenta. El momento queda fijado por las noticias sobre la Segunda Guerra Mundial. El entorno, claro está, ayuda a situar la acción, pero no con tanta precisión.

El protagonista, un viejo policía mal humorado y violento, recibe el encargo de llevar a Rosita a identificar el cadáver de su presunto violador. Rosita, que fue asistenta en casa del policía es una huérfana adolescente acogida en una institución que dirige la monja cuñada del policía, y en la que la esposa, ya cansada y temerosa del marido, colabora.

La tarde en cuestión, dos años después del suceso, Rosita está ocupada limpiando de casa en casa; y además no siente ningún interés en ver cadáveres. El policía la sigue de un sitio a otro, entre espera y espera, tratando de haberla convencido de acudir a la morgue para cuando ella termine su trabajo.

En eso transcurre la novela, y aunque dicho así parece poco, es todo lo contrario. El pasado regresa a la cabeza del policía incapaz de huir de su temperamento, sus miedos y sus tentaciones. Rosita es ya una desaliñada Lolita que trabaja como un asno y no hace ascos a cuanto le permite una ínfima prosperidad. La Barcelona de posguerra sigue su vida, haciendo palpable que el poder del policía apenas ha servido para dar un puñado de disgustos que nada han cambiado. El paseo mano a mano, de casa en casa, demuestra cómo se han separado dos mundos, el del protagonista y el de la muchacha cuando una vez fueron el mismo.

Rosita ha sido capaz de dejar atrás su pasado, cosa mucho más sencilla de hacer a su edad que a la del policía. Cada personaje, con sus actos y palabras se retrata en cuerpo y alma. El autor nos avisa de todos y cada uno de los detalle que informan de cómo reaccionamos y asociamos ideas sin darnos cuenta.

Marsé es un fantástico observador, su prosa es de una concisión extraordinaria y su vocabulario una joya que no puede encontrarse en la mayoría de los libros. Y leerlo es un lujo al alcance de todos.

martes, 19 de mayo de 2015

SI TE DICEN QUE CAÍ DE JUAN MARSÉ

Uno de los clásicos contemporáneos de la literatura española. Tras leerlo, comprendo que figure dentro de este selecto grupo: su calidad es innegable. Pero su complejidad también. No es un libro fácil, pero merece la pena leerse. Escrito a finales de los años sesenta y prohibido por la censura Si te Dicen que Caí constituye una secreta y nostálgica despedida de la infancia, así como un cuadro a la vez sórdido y poético de la vida durante el franquismo.

Se trata además de una de las novelas más personales del autor, pues según el propio Marsé al escribirla sólo pensaba en los anónimos vecinos de un barrio pobre que no existe ya en Barcelona, en los primeros muchachos que compartieron con él las calles leprosas y los juegos atroces, el miedo, el hambre y el frío en su propia infancia y adolescencia.

Si Te Dicen que Caí tiene un estilo faulkneriano por su semejanza en cuanto a estructura con la compleja obra del norteamericano. No hace ninguna concesión al lector, todo lo contrario: es un libro que requiere dos lecturas. Pero en realidad la trama es lo de menos. Lo realmente valioso de este libro es el vívido retrato de una sociedad y una época. Los años de hambre. Los años del miedo. Años de miseria, hambre, frío, resentimiento, abusos de poder y sometimiento. La oscura posguerra española.

Juan Marsé vuelca en el texto los recuerdos de su infancia, que vivió como uno de los niños protagonista de la obra: un niño de la calle, sucio y hambriento, jugando por las esquinas de las calles embarradas, por los descampados aún repletos de munición olvidada, con lo único que tenían: su imaginación "Es una novela hasta cierto punto autobiográfica, porque todo lo que tiene que ver con mi infancia está en ella" cuenta el autor en una entrevista.

El texto aparece salpicado de historias en apariencia inconexas, siendo a veces más bien una recopilación de las miserias personales de cada uno, de diferentes anécdotas, o de instantáneas cotidianas de la vida de aquellos días. El día a día de los verdaderos perdedores de la guerra: el pueblo llano. Una historia de miseria en un barrio de las afueras de Barcelona en los años cuarenta. Niños harapientos, con sarna y fantaseando con un bocadillo...jóvenes metidas a putas para poder comer o por pura desesperanza...familias con alguno de sus miembros en la cárcel o escondido en un zulu para evitar acabar en ella...excombatientes republicanos convertidos poco a poco en meros delincuentes comunes.... y por encima, vigilando a todos, los nuevos amos.

Las tramas se cruzan, así como las épocas. Algunos de los niños de la calle recuerdan, años después, lo que ocurrió. Perro no sólo sus memorias mezclan realidad y fantasía, hechos y rumores, sino que ni siquiera tenemos muy claro quién es quién: no se presenta a los personajes, y quienes de niños sólo se conocen por sus apodos (el Tetas, el Amén, Java o Sarnita) se convierten, sin introducción alguna en adultos con nombre propio. La historia principal, por su parte, es una reconstrucción mezcla de hechos conocidos con rumores escuchados aquí y allá, o incluso con invenciones propias de la imaginación infantil. La realidad y la ficción tienen fronteras difusas...pero en el fondo da igual, pues cualquier versión de la historia es realista, cualquiera de ellos pudo haber sido, en aquella España de miedo, hambre y miseria.

Lo que más me ha fascinado en el libro es el recurso de las aventis ¿y qué son las aventis? La palabra en sí misma parece prima de otra: aventuras en su acepción de suceso extraño o distinto de lo normal. En todo caso en esta novelas las aventis son narraciones orales que allá por los años cuarenta se contaban los chicos del barrio del Guinardó, en Barcelona, para entretenerse. En ellas se mezclan rumores que corrían por el barrio, noticias que salían en los periódicos, así como sucesos cotidianos. Los protagonistas podían ser gente conocida en aquella época, personajes inventados y los mismos chicos narrradores de aventis. 

En resúmen, un buen libro, una gran novela negra con todas las letras (la negrura era la identidad de la época) pero un libro exigente con el lector, aunque el esfuerzo se ve recompensado.

miércoles, 6 de mayo de 2015

RABOS DE LAGARTIJA DE JUAN MARSÉ

Juan Marsé, Premio Cervantes 2008, fiel a su particular mundo imaginativo y a sus coordenadas espaciales y temporales, en la Barcelona de la posguerra, siempre con el barrio de Guinardó de fondo, escribe una historia emotiva, muy dura y conmovedora, ya que Rabos de Lagartija, sin duda, no dejará indiferente al lector.

La estructura y la voz narrativas de esta novela son impactantes, ya que no nos damos cuenta de que quien cuenta la historia lo hace desde el pasado, pero ya en el presente. Ese particular juego narrativo se enriquece, gracias a la sabiduría de Marsé, cuando descubrimos que el narrador cuenta algo que él no vivió del todo, o, al menos, no en primera persona, puesto que el narrador no es otro que un niño, con defectos de nacimiento, que cuenta la historia de su madre Rosa Bartra, y de su hermano, David, cuando aún se estaba gestando en el vientre materno. Eso, insistimos, dota al relato de una fuerza sobrecogedora, sobre todo cuando llegamos al desenlace, tremendo, y entendemos algunas pistas o guiños que  nos ha ido lanzando el autor a lo largo de todo el relato.

En una España triste, llena de pobreza y de injusticia social sobresale Rosa, la pelirroja, con un hijo, David, y embarazada de nuevo, aunque su marido ha huido, en una carrera frenética, entendemos que por motivos políticos, de la policía. El inspector encargado del caso, Galván, acaba por enamorarse de Rosa y tiene con ella mil atenciones que a David le resultan odiosas. Dicho así parece una historia más, pero cuando entramos en el tejido de los personajes, en sus pensamientos, en ese soñar que tiene David, lleno de entelequias, de palpitaciones, de premoniciones, no tenemos más remedio que seguir leyendo porque una simple reseña no le hace justicia al libro. Entrañable resulta la relación de David, un muchacho con un particular sentido de la justicia y con una imaginación exacerbada, con el perro Chispa, un pobre chucho moribundo por el que siente un afecto visceral, ciego.

A los personajes de Rabos de Lagartija, la época histórica que les tocó vivir les ha engañado, les ha ninguneado, y, lo que es peor ha silenciado sus sueños y los ha matado. Rosa, la pelirroja, que nunca más pudo ejercer de maestra y que está muy enferma, aunque quizás no sea consciente del todo, y que malvive cosiendo como puede; David, el muchacho que sueña mirando los posters que hay en su habitación, que se viste de niña, que imagina apariciones de su padre, que fantasea con el piloto de la RAF que lo mira desde la pared de su cuarto y que siempre escucha sonidos raros, como si un mal viento se le hubiera metido en los oídos. Incluso el propio Galván, con una historia gris a sus espaldas, hubiera merecido mejor suerte. Y Paulino, el aprendiz de barbero, harto de los malos tratos de su tío. La abuela, anclada en un universo que no existe ya y el narrador neonato que tendría que haber sido un niño normal y feliz.

Rabos de Lagartija no es una novela fácil de leer, dramática, escrita de manera impecable, en dónde tan importantes son los diálogos como las reflexiones que leemos en torno a los personajes y que nos permiten entender el drama que viven. Pese a todo, tienen aún ganas de seguir adelante. Rosa quiere tener a su hijo, David quiere testimoniar lo que ve. El pequeño Víctor quiere tener una vida como todos los niños.

Aquí no se trata ya, como en obras anteriores de Marsé, del contraste o el enfrentamiento entre clases sociales, sino de un progresivo acercamiento entre vencedores y vencidos -vencidos todos al fin y al cabo- que al principio parecía imposible . La creciente atracción mutua que se desarrolla en ambos protagonistas, nace del respeto y de la estima por las cualidades personales, al margen de las ideas políticas o de la posición sociológica de cada uno, y se verá perturbada por la radical interposición de David, capaz de inventar una historia, probablemente falsa, para separar a su madre del intruso, no tanto por respeto al padre ausente, como por un problema de oscuros celos al que ni siquiera se alude.

David, cuya infancia ha sido destruida por la guerra, representa un obstáculo para la reconciliación, de tal modo que su trágico final acaba por tener un valor simbólico. Nuestro acercamiento a Rabos de Lagartija no puede pasar por alto la difusa frontera que se establece entre el mundo interior de David Bartra y la realidad. Predomina en la obra una atmósfera surrealista que caracteriza a todos los personajes. El padre de David que juega el papel de héroe ausente está humanizado, pues en el transcurso de los diálogos que su hijo mantiene con su fantasma, desaparece cualquier rasgo mítico que pudiera portar el personaje. Así pues, este héroe ausente está muy distante de aquel otro que veíamos en la sugerente novela El Embrujo de Shangai, también de Juan Marsé.

La novela, dotada de una estructura narrativa tan sabia como imaginativa, corrobora la condición de Juan Marsé como uno de los novelistas mayores, no sólo de las letras hispanas, sino de las actuales narrativas europeas. Para quien no haya leído nunca a Marsé este será el principio de una buena amistad lectora y para quien ya lo conozca, corroborará su maestría literaria.