La Verdad de las Mentiras consta de 36 ensayos sobre novelas del siglo XX que han marcado un hito en la historia de la literatura y en el alma de su autor que reconoce haberlas escogido por la imperecedera impresión que le produjeron al leerlas. De esta manera, Mario Vargas Llosa nos acerca a la lectura y a la comprensión de clásicos universales que dejan una huella imborrable en nuestra mente, desgranándonos el maravilloso artilugio de su mecanismo interno, de su gestación y construcción, de su importancia y significación en el siglo XXI en el que las nuevas tecnologías y el rítmo de la vida moderna parecen haber dejado obsoleta la lectura -ese dulce gozo del que habla André Mauriac- relegándola a los márgenes de la vida social y convirtiéndola poco menos que en un culto sectario. En este conjunto de ensayos así como en su prólogo y epílogo, el autor reivindica esa fiesta compartida que es la literatura. De esta manera, vemos pasar ante nuestros ojos la disección de El Corazón de las Tinieblas, dónde observamos a Kurtz y al propio Conrad cambiar drásticamente su personalidad por la experiencia africana y también su visión del mundo, o por lo menos de Europa. Esa visión pesimista de la civilización europea representada por "la ciudad espectral" o "sepulcro blanqueado" dónde está la casa matriz de la compañía que perpetra tan abominables crímenes en el Congo y cuya razón de ser en las selvas y ríos dónde se ha instalado es saquearlos, explotando para ello con ilimitada crueldad a los nativos a los que esclaviza. Nos sentimos envueltos junto a Gustav von Aschenbach en el tenebroso clima de La Muerte en Venecia, en esa subterránea presencia que Freud llamó instinto de muerte, Sade deseo de libertad y Bataille el mal y que no es otra cosa que la búsqueda de la soberanía integral del individuo, anterior a los convencionalismos y a las normas. Nos adentramos en Nueva York, personaje colectivo en Manhattan Transfer, dónde en una atmósfera impregnada de pesimismo, el escenario de hormigón y acero se humaniza hasta cobrar una intensidad de vida y una personalidad subyugante, mientras el narrador describe no las partes sino el todo, ese gran ser plural que ellas conforman vistas en conjunto, como un gran collage. El autor nos introduce en Londres de la mano de La Señora Dalloway y allí asistimos al embellecimiento sistemático de la vida gracias a su refracción en sensibilidades exquisitas, capaces de libar en todos los objetos y en todas las circunstancias la secreta hermosura que encierran, narrado desde la mente de los personajes y logrando así una transformación poética del mundo de ficción gracias a un narrador ubicuo, huidizo y protoplasmático instalado en la intimidad de los personajes, nunca en el mundo exterior. La vida hecha recuerdo, sentimiento, sensación, deseo impulso es el prisma a través del cual el narrador de La Señora Dalloway va mostrando el mundo y refiriendo la anécdota. Recorremos con Mario Vargas Llosa el complejo laberinto de muchas puertas de El Gran Gatsby, dónde un narrador serpentino y travieso nos muestra que la realidad está hecha de imágenes superpuestas que se contradicen o matizan unas a otras, de modo que todo parece estar dotado de una irremediable ambigüedad. Nos hace observar la provisionalidad de la existencia y el relativismo que caracteriza a la moral y a las condúctas de los personajes en la era del jazz y de la ley seca, la época de los tumultuosos años veinte. Acompañamos al autor por las páginas de El Lobo Estepario y somos testigos de la perpetua introspección en la que vive Harry Haller y a su conflicto espiritual, un drama cuyo asiento no es el mundo exterior sino el alma del protagonista, prisionero del intelecto y de la abstracción. Nos adentramos en el mundo impredecible, de gran riqueza espiritual de Nadja, dominado por esas fuerzas oscuras fascinantes e indefinibles a las que aludimos cuando hablamos de lo maravilloso, la magia o la poesia. El autor nos adentra en una realidad diferente de Nadja, distinta de la que sirve de escenario a los sucesos, que se va trasluciendo sutilmente, en ciertas alusiones del diálogo, en los dibujos de Nadja llenos de símbolos y alegorías y en las bruscas premoniciones que todo ello provoca en el narrador de la novela. La fascinación que Nadja ejerce sobre él se debe, precisamente, a que ella parece en este mundo una visitante, alguien que viene de otra realidad desconocida e invisible, sólo presentida por seres de excepcional sensibilidad. Mario Vargas Llosa nos convoca en Santurario a la velocidad caprichosa del inconstante tiempo narrativo en el que los movimientos de los personajes parecen las rítmicas evoluciones de un espectáculo de sombras chinescas, dónde lo puramente instintivo y animal prevalece sobre todo lo demás. Viajamos con el autor al universo intenso y múltiple de la Condición Humana, una tragedia clásica incrustada en la vida moderna y cuya prosa nos obliga a ejercer la fantasía todo el tiempo para llenar los espacios apenas sugeridos en los diálogos y descripciones. De esta manera, a lo largo de los treinta y seis ensayos, la introducción y el epílogo, el autor nos exhorta apasionadamente a la lectura, a visitar la irrealidad de la ficción como manera de vivir la realidad, y de su mano nos adentramos en los misteriosos vericuetos de la composición literaria para así tener un gozo añadido al desentrañar los sueños que la impregnan.
viernes, 30 de diciembre de 2011
lunes, 19 de diciembre de 2011
EL HABLADOR DE MARIO VARGAS LLOSA
En El Hablador Mario Vargas Llosa rinde homenaje a los indios machiguengas de la Amazonía y, en especial rinde homenaje al hablador, al contador de historias machiguenga, transmisor de la cultura de un pueblo que mantiene vivos los mitos, leyendas y creencias, que cuenta historias, chistes y dichos. Con el cuerpo decorado con simétricas rayas rojizas y manchas oscuras, semidesnudo, en cuclillas, refiere a su auditorio (viejos y niños, hombres y mujeres) atento en torno a él la disputa a soplidos de Tasurinchi y Kientibakori (dios y demonio respectivamente) de la que resultaron todos los seres buenos y malos de este mundo; habla de lo que ha hecho la víspera, de los cuatro mundos del cosmos machiguenga, de sus viajes, de hierbas mágicas, de las gentes que ha conocido en su andadura, de los dioses, diosecillos y seres fabulosos del panteón de la tribu, de los animales que ha visto y de la geografía celeste, un laberinto de ríos. Los machiguengas lo escuchan con atención fascinada, estática, celebrando sus chistes a grandes carcajadas o entristeciéndose con él; las pupilas ávidas, boquiabiertos, las cabezas enhiestas no se pierden una pausa, una inflexión de lo que dice. Hablar como habla un hablador es haber recorrido los bosques llevando y trayendo las anécdotas, las mentiras, las fabulaciones, las chismografías y los chistes que hacen de ese pueblo de seres dispersos una comunidad que sin las historias de los habladores se fragmentaría y disolvería por la distancia y la incomunicación a la vez que mantiene vivo entre ellos el sentimiento de estar juntos, de construir algo fraterno y compacto. Mario Vargas Llosa equipara al hablador machiguenga al trovero ambulante de los sertones bahianos y al seanchaí irlandes. El primero acompañado por el bordón de su guitarra entrevera, en las polvorientas aldeas del noroeste brasileño viejos romances medievales y chismografías de la región, contando ante un coro burlón la historia de la princesa Magalona y los doce pares de Francia. El segundo, "decidor de viejas historias" "aquél que sabe cosas", reliquia viviente de los viejos aedas de Hibernia cuyas siluetas se confunden en la noche de los tiempos con los mitos y las leyendas célticas que son los cimientos culturales de Irlanda. El seanchaí cuenta en el calor humoso de un pub, en una fiesta suspensa de pronto ante el hechizo de su palabra, o en una casa familiar junto a la chimenea, mientras afuera gotea la lluvia o ruge la tormente, antiquísimas fábulas, historias épicas, amoríos terribles, inquietantes milagros. Puede ser un patrón de bar, un chofer de camión, un pastor, un mendigo, alguien misteriosamente tocado por la varita mágica de la sabiduría y el arte de contar, de recordar, de reinventar y enriquecer lo ya contado a lo largo de los siglos, un mensajero de los tiempos del mito y de la magia, anteriores a la historia a quien los irlandeses contemporáneos escuchan todavía horas y horas, encandilados. Pero todos esos contadores de cuentos y transmisores de la cultura de los diferentes pueblos a los que pertenecen y que mantienen vivos los mitos leyendas y creencias, que cuentan historias chistes y dichos son los precursores del moderno narrador, del literato, del creador de novelas y cuentos que aglutina también historias para su auditorio y así mantiene y a la vez crea la cultura. Sin todos esos "habladores" el mundo no sería el que es sino que se sumiría en el olvido de los tiempos y el abandono de la memoria aniquilaría todo logro cultural, toda creencia, toda ficción. Un merecido homenaje el de Mario Vargas Llosa en "El Hablador" a esos contadores de cuentos de la casi olvidada tribu machiguenga y a su extraordinaria y difícil labor que logra la cohesión de toda una comunidad y nos aporta mitos, creencias, hechos y dichos asombrosamente novedosos.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
CIEN AÑOS DE SOLEDAD DE GABRIEL GARCÍA MARQUEZ
Cien Años de Soledad es una epopeya, una saga familiar, un lugar mítico y de leyenda donde se suceden cosas reales, fantásticas y maravillosas que configuran el mundo, la aldea, Macondo. La crónica, pues de crónica se trata al fín y al cabo abarca, aproximadamente, un siglo desde que José Arcadio Buendía fundó Macondo, que entonces constaba de veinte casas de barro y cañabrava construídas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos, hasta la muerte del último Aureliano y la destrucción de Macondo, la ciudad de los espejos o de los espejismos. "Pues estaba previsto que la ciudad de Macondo sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos de Melquíades, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra." Escrita en un lenguaje altamente poético, rítmico y profundo, está contada por un narrador omnisciente que está de acuerdo con las ideas de los personajes, aunque luego sabremos que es Melquíades, el gitano sabio, quíen predijo y escribió la saga de los Buendía y la historia de Macondo en sus pergaminos. Los nombres de la saga se repiten constantemente en los diferentes personajes. Los José Arcadio son siempre apasionados, inventores y emprendedores aunque suelen tener un final trágico. Los Aurelianos recuerdan el pasado que no vivieron ni nadie les contó y son lúcidos, inteligentes y estudiosos. Todo es exótico y desorbitado en los personajes como si la exuberante naturaleza de la tierra de Macondo les hubiera exaltado para desarrollar tanto las aptitudes y virtudes como los defectos y vicios hasta la exageración. Así Ursula es de una enorme fortaleza y no se rinde jamás; Remedios, la bella no tiene rival en hermosura y todos caen muertos de amor a sus pies; la pasión de Remedios es tan desaforada que la lleva a matar a Arcadio José de un disparo de rifle; los rencores y odios de Amaranta serán eternos.Todo es tremendo en la familia de los Buendía como lo es también la soledad en la que vive y el peso que sobre ellos tienen los espíritus de los muertos. Gracias al realismo mágico de García Márquez entendemos la verdad que nos narra en una forma que no entenderíamos si no conllevara todos los elementos fantásticos en ella. Pero hay algo extraño en todos los Buendía: ninguno sintió nunca amor y por lo tanto siempre vivieron en soledad, extrañados de sí mismos como demuestra el coronel Aureliano Buendía quien al volver a Macondo después de haber estado ausente treinta años haciendo la guerra "ve a Ursula, su madre, devastada por el más de medio siglo de vida cotidiana y hace un último esfuerzo para buscar en su corazón el sitio dónde se le habían podrido los afectos y no pudo encontrarlo. El único afecto que prevaleció contra el tiempo y la guerra fue el que sintió por su hermano José Arcadio cuando ámbos eran niños y estaba fundado en la complicidad." El hijo del último Aureliano y de Amaranta Ursula, su tía, nacido por fín del amor de sus padres hubiera sido el único capaz de desterrar la soledad para siempre de la estirpe y romper así el conjuro pero, sin embargo, el niño es abandonado y muere totalmente carcomido por las hormigas que invaden la casa. Porque la soledad se repite en la historia, es la constante de la que está hecha el tiempo y no sólo alcanza a los Buendía y a Macondo sino que, inevitablemente, alcanza al mundo y a todos nosotros. Cien Años de Soledad es una epopeya grandiosa, narrada en un lenguaje inspirado y glorioso que no sólo engrandece Latinoamerica sino que enriquece la lengua española y equipara esta obra de García Márquez a la de Cervantes y los clásicos de todos los tiempos.
sábado, 3 de diciembre de 2011
¿QUIÉN MATÓ A PALOMINO MOLERO? DE MARIO VARGAS LLOSA
Mario Vargas Llosa escribió ¿Quién mató a Palomino Molero? por la indignación que le produjo el asesinato de un aviador en la Base Aérea de Talara que quedó misteriosamente silenciado por la burocracia oficial y los manes de la dictadura que sufrían los peruanos en los años setenta. Escrito en forma de novela policíaca que mantiene la tensión en cada una de sus páginas, la novela es la historia de una tragedia. ¿Quién mató a Palomino Molero? es un sentido homenaje a todas las víctimas inocentes de la dictadura, un grito que clama contra los abusos del poder establecido y una reivindicación de unos derechos que nunca existieron pero que son tan básicos y a la vez tan importantes como la propia vida y la integridad. Pero, también ¿Quién mató a Palomino Molero? es una historia de amor que desafía la discriminación racial y las desigualdades de una sociedad rigurosamente estratificada y corrupta. El amor de Palomino Molero y de Alicia Mindreau es imposible porque la prepotencia, el egoismo y la soberbia de un padre autoritario y falso, que ve en ese amor una tortuosa conspiración contra él, y de un pretendiente despechado, débil y cruel se interponen entre ellos. La locura de Alicia Mindreau, su terrible enfermedad, es haber amado a Palomino Molero y el error de Palomino Molero es haber aspirado a una mujer que se encontraba muy por encima de sus posibilidades, que era de otra raza y de otro estrato social; porque como dice el padre de Alicia, el coronel Mindreau, "un avionero tiene prohibido poner los ojos en la hija del coronel de la Base; un muchacho de Castilla no puede aspirar ni en sueños a Alicia Mindreau", "una menor de edad tiene que ser protegida siempre contra el escándalo a cualcuier precio". El precio que le toca pagar a Palomino Molero es la propia vida después de terribles torturas. El precio de Alicia será más complicado porque los hechos deben callarse. Tan terrible es la verdad descubierta por las pesquisas policiales del guardia Lituma y del teniente Silva que las humildes gentes de Talara no se la pueden creer y por eso corren diversos rumores, que se confunden unos con otros, empañándola. Mario Vasgas Llosa ha querido así, a través de las vibrantes páginas de ¿Quién mató a Palomino Molero? denunciar no sólo el crimen del aviador de la Base Aérea de Talara que quedó misteriosamente silenciado por las autoridades, sino también, el silencio de toda una sociedad que cierra los ojos ante los excesos e iniquidades de un poder dictatorial.
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