viernes, 10 de abril de 2015

LA TEMPLANZA DE MARIA DUEÑAS

La Templanza se inicia en la década de 1860 cuando su protagonista, Mario Larrea ve peligrar la fortuna que durante tantos años le ha costado levantar trabajando duramente y con tesón en las minas mexicanas. Ahogado por las deudas y la incertidumbre, se traslada a la Habana, dónde espera encontrar nuevas oportunidades para prosperar y solventar su situación. En un inesperado giro del destino Larrea se verá obligado a enfrentar un reto de honor que se convierte en arriesgada apuesta. De ella resulta ganador de unas propiedades inmobiliarias en Jerez, entre las que se halla la Templanza, nombre con el que se conocen una bodega y una finca de viñas casi abandonadas. 

Trasladado a la ciudad andaluza, intentará pasar por indiano rico para vender cuanto antes aquellas propiedades. Pero no contaba que en su camino se cruzaría Soledad Montalvo, esposa de un marchante de vinos londinense y última descendiente de la familia bodeguera a la que en su día pertenecieron los terrenos. Una mujer envuelta en sinuosos claroscuros que ejerce sobre el minero una poderosa y contraproducente atracción.

Se pueden entresacar constantes autorales con las dos novelas precedentes, El Tiempo Entre Costuras y Misión Olvido, pues la Templanza también habla de viajes en busca de segundas oportunidades, de lazos familiares que marcan al individuo, del trabajo bien hecho y de golpes del destino que provocan altibajos radicales en la vida de las personas. Este último punto tiene tanta importancia en su nuevo libro que a veces trae a la mente la literatura del estadounidense Paul Auster, con el que por lo demás tiene poco que ver.

Pero se aprecia un notable esfuerzo por abrir caminos nuevos. Por ejemplo, Maria Dueñas parece haberse propuesto componer una obra opuesta a El Tiempro Entre Costuras, con protagonista por primera vez masculino, un indiano que recorre el camino justamente opuesto al de la ya legendaria Sara Quiroga. No se trata de una ingenua obligada a madurar por las desavenencias de la vida, sino de un veterano emigrante que, precisamente, desea ir hacia el otro lado y recuperar la ilusión de la época en la que estaba abriéndose camino.

Se llevan la palma las descripciones de ambientes, todos conseguidos, en especial los locales marginales de La Habana y las bodegas de Jerez. Abundan los pasajes memorables, como una incursión en compañía femenina a un archivo, o la decisiva competición de billar. Puede que Mauro Larrea, el personaje central, no despierte tanta fascinación como la aludida Quiroga o la profesora Blanca Perea de Misión Olvido, pero está bien construído y, por supuesto, también viene acompañado por memorables personajes secundarios, como el apoderado Elías Andrade, conciencia del protagonista, de presencia tan poderosa cuando no está en escena como cuando sí está, la decidida hija Mariana, el pusilánime Nicolás, la impredecible Carola Gorostiza, el banquero Julián Calafat, la emblemática Soledad Montalvo. La escritora logra siempre despertar el interés por todos y cada uno de ellos.

La trama tarda en arrancar, pues hasta la segunda mitad del libro, ya en España, no se sabe muy bien dónde quiere ir a parar la historia (en un juego de espejos, pues el propio Mauro Larrea tampoco sabe que hacer hasta entonces). A partir de ahí el relato, centrado en el origen del vino jerezano con los ingleses, resulta tan apasionante como fresco. Finalmente, el balance resulta positivo. Además Dueñas escribe con una prosa realmente trabajada y cautivadora aunque alguna construcción resulte repetitiva. 

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