jueves, 16 de febrero de 2012

EL PARAÍSO EN LA OTRA ESQUINA DE MARIO VARGAS LLOSA

En El Paraíso en la Otra Esquina Mario Vargas Llosa relata la vida del pintor Paul Gauguin y la de la activista social Flora Tristán, su abuela materna. Aunque la vida y caracteres de estos dos personajes son muy diferentes, el autor los une a tenor del sueño que ambos compartieron y que persiguieron y lucharon por conseguir con un mismo afán: El de buscar un Paraíso en la tierra. Paul Gauguin buscaría esta utopía, por dos vías, a través del arte y a través de su propia vida. En el arte, despojando poco a poso a su pintura de toda norma estética occidental y buscando en el arte y cultura primitivos de Tahití, Japón y las islas Marquesas elementos novedosos y de inspiración para su pintura. Pero no sólo buscó transformar el arte del siglo XIX al que consideraba atrasado y decadente sino que también transformó toda su vida apartándose todo lo que pudo de la civilización occidental, asumiendo así su soñada condición de salvaje, camino que comenzó abandonando su exitoso trabajo en la bolsa de Paris, a su esposa, sus hijos y sus amigos. Mario Vargas Llosa se adentra en el mundo primitivo y de gran riqueza del pintor para mostrarnos tanto al hombre que se hizo "salvaje" como al artista que concibió un mundo distinto que fusionaba realidad y fantasía, dónde los colores cobran una nueva vida y tienen otro significado, dónde la estética, sin cánones establecidos, consiste en una entera libertad, en una obra donde se destaca la esencia, la pureza, lo supremo. Ésto se aprecia de una manera especial en sus cuadros, sobre todo en sus obras maestras como Manao Tupao que el autor describe así: "revela la mano de un exeuropeo, excivilizado y excristiano que a costa de voluntad, aventuras y sufrimiento había expulsado de sí la afectación frívola de los decadentes parisinos y regresado a sus orígenes, ese esplendoroso pasado en que religión y arte, esta vida y la otra eran una sola realidad. La noche en que concibió el cuadro inspirado por su mujer tahitiana, Teha'amana, Koke, como ella lo llamaba, vió rasgarse el velo de lo cotidiano y surgir una realidad profunda, donde podías trasladarte a los albores de la humanidad y codearte con los ancestros que daban sus primeros pasos en la historia, en un mundo todavía mágico de dioses y demonios entremezclados con las gentes." Su otra obra maestra, Nevermore, inspirada en Tahití a raíz de la muerte de su hija, pero también en el poema El Cuervo de Edgar Allan Poe es comentado así por Vargas Llosa: "ya no arrastra esa fascinación romántica por el mal, por lo macabro, por lo tétrico. Al cuervo lo tropicaliza, volviéndolo verdoso con pico gris y alas manchadas de humo. En el mundo pagano constituído por el cuadro la mujer aceptaba sus límites, se sabía impotente contra las fuerzas secretas y crueles que se abaten de pronto sobre los seres humanos para destruirlos. La sabiduría primitiva no se rebela, llora o protesta, enfrenta los males con filosofía, con resignación. Asomaban flores imaginarias, unas infladas siluetas tuberosas, un velo con nubes navegantes que podían ser las pinturas de una tela que cubría el muro o un cielo que asomaba por una ventana abierta en el recinto. En estas florecillas se manifestaba la ambigüedad recóndita del mundo primitivo". El autor incide en la separación del arte occidental de la época que llevó a cabo Gauguin para innovar la pintura de la manera en que lo hizo, pintando no sólo con su inteligencia, sino con su corazón, alma y todos sus sentidos e impulsos, sacando su arte de lo profundo del inconsciente dónde arraiga todo lo irracional.
Las Islas Marquesas dónde soñaba, poco antes de morir, Vincent van Gogh y dónde quería instalar el estudio del Sur, esa comunidad de artistas de la que Paul Gauguin sería el maestro y donde todo pertenecería a todos pues habría sido abolido el dinero corruptor, fué la morada última de Gaugin, pero muy distinta de lo que Van Gogh había pensado: Un lugar en el que en un marco único de libertad y belleza, el fraterno grupo de artistas, viviría dedicado a crear un arte imperecedero, unas telas una escultura cuya vitalidad atravesaría indemne los siglos. En realidad, cuando llegó a las soñadas islas la salud de Gauguin ya estaba muy deteriorada y apenas veía, la pintura en esas condiciones era imposible, pero allí pasó sus últimos días soñando esa bella utopía del Paraíso en la tierra.
Mario Vargas Llosa nos demuestra que Flora Tristán, la abuela materna de Gauguin, también soñó algo parecido. Después de un matrimonio desgraciado con André Chazal, y de ser violada reiteradas veces por su marido, Flora concibe el sexo como una aberración, una tortura, una forma de sometimiento al hombre y contra todo pronóstico, la opinión de todos y la sociedad de su tiempo, abandona a su marido y realiza diferentes oficios, todos humildes y desagradables  para ganarse la vida y mantener a sus hijos. Ni que decir tiene que la justicia la persigue y que tiene que ocultarse continuamente para huir de su marido y de la ley. Finalmente, decide visitar a su familia paterna en Perú y reclamar allí su herencia para poder vivir de manera más llevadera. No lo consigue, pero a su regreso y ayudada por algo de dinero que le deja su tío, Pío Tristán, se dedica a leer e instruirse y seguirá las enseñanzas de los sansimonianos, las de Etienne Cabet y las del escocés Robert Owen, pero sobre todo la entusiasma la doctrina de Charles Fourier que reconocía la injusta situación de la mujer y del pobre y se proponía repararla organizando el mundo en falansterios, unidades de cuatrocientas familias cada una, sin explotadores ni explotados, donde el trabajo y sus frutos se repartirían de manera equitativa, remunerando más los quehaceres más ingratos y menos los más placenteros y dónde reinaría la más absoluta igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, Flora no estaba de acuerdo en la total libertad de que se gozaría para cualquier forma de sexo, desde su matrimonio siempre había desconfiado de las teorías que exaltaban la vida sexual, los placeres del cuerpo, como uno de los ojetivos de la futura sociedad. Este fue uno de los temas que la llevaron a apartarse de Charles Fourier. Gracias a su libro las Peregrinaciones de una Paria y al intento de asesinato de que fué objeto por su marido, André Chazal, Flora se hubiera podido convertir en una gran dama. Hubiera sido una George Sand, señora del gran mundo halagada y respetada por todos, con una intensa vida social y además denunciaría en sus escritos la injusticia, pero comprende inmediatamente que una sirena de los salones parisinos jamás sería capaz de cambiar un ápice la realidad social ni ejercer la menor influencia en los asuntos políticos. Ella piensa que su deber es redimir a los explotados, unir a los obreros, conseguir la igualdad para las mujeres, hacer justicia a las víctimas de este mundo y renuncia a todo por amor a la humanidad. Comprende que la única manera de emancipar a la mujer y conseguir para ella la igualdad con el hombre era hermanando su lucha con la de los obreros, las otras víctimas, los otros explotados, la inmensa mayoría de la humanidad. Flora empeñaría su corta vida en ello.
El autor nos muestra, de esta manera, que Flora Tristán y Paul Gauguin, aunque por distintos caminos -uno buscaba la libertad total tanto personal como en el arte; la otra la justicia absoluta- compartirían así una misma utopía, un mismo sueño, dedicarían su vida a la misma causa: la de crear un Paraíso en la Tierra dónde la felicidad de todos fuera posible.

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